jueves, 10 de marzo de 2011

Capítulo IV

P: bueno chicos, ahora que se conocen, voy a ver cómo están los grupitos, confió en vosotros, se que lo haréis bien.
Alice: Claro profesor.
El profesor se fue, y podía sentir como Edward tenía la mirada clavada en mi. Pero yo no lo miraba, no podía.
Alice: bueno, empecemos. Primero lo hago yo y después pruebas tu Bella, si?
Bella: como vosotros queráis.
Se leyeron el guion una vez, y empezaron a decirlo todo perfectamente.
Bella: como puede ser que os lo sepáis? Ya habéis hecho esta obra?
Alice: Si, en mi casa gusta mucho Shakespeare. Verdad Edward? –sonrió un poco-
Edward: si. –le devolvió la sonrisa-
Su tono de voz era sombrea, y no me miraba ahora, giraba la cara y evitaba nuestras miradas, pero lo agradecí, no sabía si estaba preparada para enfrentarme de nuevo a sus ojos.
Edward: ¡Qué bien se burla del dolor ajeno quien nunca sintió dolores. .. ! –miró a Alice y esta hizo como si apareciera en un balcón- ¿Pero qué luz es la que asoma por allí? ¿El sol
que sale ya por los balcones de oriente? Sal, hermoso sol, y mata de envidia
con tus rayos a la luna, que está pálida y ojeriza porque vence tu hermosura
cualquier ninfa de tu coro. Por eso se viste de amarillo color. ¡Qué necio el que
se arree con sus galas marchitas! ¡Es mi vida, es mi amor el que aparece!
¿Cómo podría yo decirla que es señora de mi alma? Nada me dijo. Pero ¿qué
importa? Sus ojos hablarán, y yo responderé. ¡Pero qué atrevimiento es el mío,
si no me dijo nada! Los dos más hermosos luminares del cielo la suplican que
les sustituya durante su ausencia. Si sus ojos resplandecieran como astros en el
cielo, bastaría su luz para ahogar los restantes como el brillo del sol mata el de
una antorcha. ¡Tal torrente de luz brotaría de sus ojos, que haría despertar a las
aves a media noche, y entonar su canción como si hubiese venido la aurora!¬
Ahora pone la mano en la mejilla. ¿Quién pudiera tocarla como el guante que
la cubre?
Alice: ¡Ay de mí!
Edward: ¡Habló! Vuelvo a sentir su voz. ¡Ángel de amores que en medio de
la noche te me apareces, cual nuncio de los cielos a la atónita vista de los
mortales, -a los dos se les dibujo una pequeña sonrisa en los labios- que deslumbrados le miran traspasar con vuelo rapidísimo las esferas, y mecerse en las alas de las nubes!
Alice: ¡Romeo, Romeo! ¿Por qué eres tú Romeo? ¿Por qué no reniegas
del nombre de tu padre y de tu madre? Y si no tienes valor para tanto, ámame,
y no me tendré por Capuleto.
Edward: ¿Qué hago, seguirla oyendo o hablar?
Alice: Bella, quieres probar tu ahora?
Bella: eh… si claro. –miré el papel por dónde íbamos, y leí, ya que no me lo sabia como ellos- No eres tú mi enemigo. Es el nombre de Montesco, que llevas. ¿Y qué quiere decir Montesco? No es pie ni mano ni brazo, ni semblante ni pedazo alguno de la naturaleza humana. –noté que Edward se rió- ¿Por qué no tomas otro nombre? La rosa no dejaría de ser rosa, y de esparcir su aroma, aunque se llamase de otro modo. De igual suerte, mi querido Romeo, aunque tuviese otro nombre, conservaría todas las buenas cualidades de su alma, que no le vienen por herencia. Deja tu nombre, Romeo, y en cambio de tu nombre que no es cosa alguna sustancial, toma toda mi alma.
Edward: Si de tu palabra me apodero, -hizo una pequeña pausa y me miró a los ojos- llámame tu amante, y creeré que me he bautizado de nuevo, y que he perdido el nombre de Romeo.
Me quedé sin habla, su mirada me había dejado KO.
Alice: esta genial chicos. –Edward apartó la mirada y miró a su hermana, que ahora se había quedado quieta, con la vista fija en la nada, algo le pasaba-
Edward: Bella –mi nombre saliendo de sus labios, me provocó un escalofrío-
Bella: dime.
Edward: puedes traerme el móvil? Lo tengo en mi mochila.
Bella: si claro.
Fui hasta su mochila, y busqué su móvil. Estaba en el bolsillo pequeño. Fui hasta él, estaba hablando con Alice, al llegar yo se callaron.
Bella: toma –se lo di-
Edward: Gracias. –Que se dirigiera a mi, estaba provocando unas reacciones no muy buenas sobre mi, sentía que iba a caerme, me apoyé para disimular-

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